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sábado, 12 de mayo de 2012

"LA VIDA OCULTA DE MARÍA", la obra que recoge las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerich (Fragmentos de sus visiones)

 
Este es un pequeño reportaje sobre el libro sobre la Virgen María de la Beata Ana Catalina Emmerich.

Una selección de textos sobre los padres de la Virgen, los nacimientos de María y Jesús, Moisés, la Anunciación, la circuncisión de Jesús, Egipto, etc
"LA VIDA OCULTA DE MARÍA", la obra que recoge las visiones de la beata Ana Catalina Emmerich sobre la vida de la Madre de Dios que la Sagrada Escritura no cuenta, está causando en estos días un interés sin precedentes.
Aunque ...no son dogma de fe, la Iglesia considera las visiones o revelaciones particulares de gran valor para acercarse, en este caso, a la figura de la Virgen. Se trata de la primera vez que se publican en español estas visiones de la religiosa alemana estigmatizada del siglo XIX.
El libro recoge con minuciosidad las notas tomadas por Clemente Brentano de las visiones de la mística de Dulmen, incluye las narraciones de la religiosa sobre los antepasados de la Virgen, su Inmaculada Concepción, su nacimiento y sus primeros años, el ingreso y la estancia en el Templo, la boda con San José, la Visitación a su prima Isabel, los nacimientos de San Juan Bautista y de Jesús, la caravana de los Reyes Magos, la huida a Egipto, la matanza de los Inocentes, la permanencia de la Sagrada Familia en Egipto y el regreso a Nazaret, la muerte de San José y su estancia en Éfeso con San Juan y el final de su vida terrena.
Religión en Libertad ofrece a sus lectores una selección de textos con las visiones de Ana Catalina sobre el aspecto físico de la Virgen, sus padres Santa Ana y San Joaquín, su nacimiento y el de Jesús, algunos de talles sobre Moisés, la Anunciación, la circuncisión de Jesús, Egipto, etc.

Santa Ana:
«He visto a Ana de pequeña. No era especialmente bonita, pero sí más que otras; no era ni de lejos tan bonita como María, pero era extraordinariamente sencilla y de una piedad infantil, y así la he visto en todas las edades, de doncellita, madre y viejecita; y por eso siempre que he visto una vieja aldeana de aspecto infantil se me ocurría: "Esta es como Ana"».

San Joaquín:
«Joaquín no era nada guapo. San José, incluso cuando ya no era joven, era en comparación un hombre muy guapo. Joaquín era de figura menuda, ancho y sin embargo delgado, y cada vez que pienso en él me veo obligada a reírme, pero era un hombre maravilloso, santo y piadoso además de pobre».

Nacimiento de María:
«Una luz sobrenatural llenó el cuarto y se adensó tejiéndose en torno a Ana. Las mujeres se prosternaron sobre sus rostros, como aturdidas. La luz tomó en torno a Ana toda la forma de aquella figura que tuvo en el Horeb la zarza ardiente de Moisés, así que ya no pude ver nada más de Ana. La llamas irradiaba completamente hacia adentro, y entonces de repente vi que Ana recibió en sus manos la refulgente Niña María, la envolvió en su manto, la apretó contra su corazón y luego la puso desnuda en la banqueta delante del relicario y siguió rezando.
Entonces oí llorar a la niña y vi que Ana sacó los pañales que guardaba debajo de su gran velo y la envolvió. Fajó a la niña en colores gris y rojo hasta debajo de los brazos, y dejó desnudos el pecho, los brazos y la cabeza. Entonces desapareció de su alrededor la aparición de la zarza ardiente».

Moisés:
«Moisés era pelirrojo, muy alto y ancho de hombros. Su cabeza era muy alta y en punta como un pilón de azúcar y tenía la nariz grande y curvada. En la parte superior de su amplia frente tenía dos prominencias como cuernos, que estaban vueltas una hacia otra; no eran rígidas como los cuernos de los animales, sino de piel blanda y como rayada o estriada. Solo sobresalían un poco, como dos colinas parduzcas y arrugadas en la parte superior de la frente. De pequeño ya las tenía en forma de verruguitas. Estas protuberancias le daban un aspecto prodigioso, y nunca las pude sufrir porque me recordaban involuntariamente imágenes del demonio. He visto varias veces protuberancias de éstas en la frente de ancianos profetas y ermitaños; algunos solo tenía una en medio de la frente».


Jerusalen:
«Cuando voy por las calles de la actual Jerusalén para hacer el Viacrucis, muchas veces veo debajo de un edificio en ruinas una gran arcada que en parte está derruída y en parte llena de agua que ha entrado allí. El agua llega actualmente al tablero de la mesa, en cuyo centro se levanta una columna en torno a la cual cuelgan cajas llenas de rollos escritos. Debajo de la mesa también hay en el agua más rollos escritos. Estos subterráneos deben ser sepulcros; se extienden hasta el Monte Calvario. Creo que esta es la casa que habitó Pilatos. A su tiempo se descubrirá este tesoro de manuscritos».

La Virgen María:
«La Santísima Virgen tenía el cabello rojizo y muy abundante, y las cejas negras, altas y finas; la frente muy alta; grandes ojos entornados con grandes pestañas negras; nariz recta, larga y fina; una boca muy noble y amable; la barbilla puntiaguda; estatura mediana, y sus andares con sus ricos atavíos eran suaves, graves y castos».

Anunciación:
«Cuando esta luz penetró en su costado derecho, la Santísima Virgen se volvió totalmente traslúcida y como transparente y fue como si ante esta luz, la opacidad se retirara como la noche. En ese momento María estaba tan traspasada de luz que nada de ella parecía oscuro o encubierto, toda su persona estaba resplandeciente y lúminosa.
Después vi desaparecer al ángel y retirarse el haz de luz que salía de él. Fue como si desde el cielo hubieran reabsorbido aquel torrente de luz. Mientras la luz se retiraba, cayeron sobre la Santísima Virgen muchos capullos de rosas blancas, cada una con una hojita verde».

Nacimiento:
«El resplandor en torno a la Santísima Virgen se hacía cada vez mayor y ya no se veía la luz de la lámpara que había encendido José. La Santísima Virgen estaba vuelta a Oriente y arrodillada sobre su colcha de dormir con su amplio vestido suelto y extendido en torno a ella.
A las doce de la noche se quedó arrobada en oración; la vi elevarse sobre la Tierra de modo que podía verse el suelo debajo de ella. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho y en torno a ella seguía aumentando el resplandor. Todo estaba entrañable y jubilosamente agitado, incluso las cosas inanimadas, la roca del techo, las paredes, el techo y el suelo de la gruta estaba como viva dentro de aquella luz. Entonces ya no vi más el techo de la gruta, y una vía de luz se abrió entre María y lo más alto del Cielo con un resplandor cada vez más alto».

La cueva del pesebre:
«La Cueva del Pesebre está verdaderamente muy cómoda y tranquila; aquí no viene nadie de Belén y solo pasan por aquí los pastores. En Belén nadie se preocupa de lo que pase en las afueras, pues allí, con tanto forastero, hay mucha gente y muchas aglomeraciones. En Belén se compra y se sacrifica mucho ganado, porque muchos de los presentes pagan sus tributos con ganado. También hay muchos paganos que sirven de criados».

Circuncisión:
«El mango y la hoja del cuchillo eran de piedra; el mango era liso y castaño y tenía una ranura donde iba encajada la hoja, que era del color amarillento de la seda bruta y no me pareció muy afilada.
Hicieron el corte con la punta ganchuda del cuchillo que, abierto, tendría de largo por lo menos un palmo. El sacerdote hirió también al niño con la afilada uña de su dedo, chupó la herida y la roció con agua vulneraria y un calmante de las cajitas.
Puso lo que había cortado entre dos plaquitas redondas y brillantes de color castaño rojizo, que estaban un poco ahondadas en el centro. Era como la cajita muy plana de una materia preciosa que entregaron a la Santísima Virgen. Entonces dieron el niño a la cuidadora que lo vendó y fajó de nuevo en sus pañales. El niño había estado fajado en blanco y rojo hasta los bracitos, pero ahora le envolvieron también los bracitos».

Ofrenda:
«Cuando Mensor se arrodilló y depositó los regalos con conmovedoras palabras de homenaje, inclinó humildemente su cabeza descubierta y cruzó sus manos sobre su pecho. María desnudó la parte superior del cuerpo del Niño, que estaba envuelto en pañales rojos y blancos y al que se le veía brillar tiernamente detrás de su velo; le sujetaba la cabecita con una mano y lo abrazaba con la otra; el niño tenía sus manitas cruzadas sobre el pecho, como si rezara. Relucía amablemente y a veces también hacía de un modo encantador como si agarrara algo en torno a sí».

Egipto:
«Muy extrañada vi ruinas de edificios, grandes trozos de gruesos muros, torres a medias y también templos casi enteros; columnas como torres a las que se podía subir dando vueltas por fuera; altas columnas que por arriba eran delgadas y terminaban en punta, cubiertas completamente de extrañas figuras; y muchas figuras grandes como de perros tumbados con cabeza humana».

Muerte de San José:
«Jesús rondaba los treinta años cuando José se fue debilitando cada vez más. Muchas veces vi que Jesús y María estaban con él y que María se sentaba muchas veces en el suelo delante de su lecho o en un taburete de tres patas, redondo y bajo, que a veces utilizaba de mesa. Los vi comer pocas veces. A San José le llevaban a comer al lecho un plato con tres rebanadas cuadradas blancas como de dos dedos de largo o frutas pequeñas en una taza. Le daban de beber en una especie de ánfora.
Cuando José murió, María estaba sentada a la cabecera de su lecho y lo tenía en brazos, mientras que Jesús estaba junto a su pecho».
 
ESPECIAL GRATITUD AL DR. HUBER BECH POR ESTE VALIOSO APORTE

2 comentarios:

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