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lunes, 4 de junio de 2012

ALPHONSE RATISBONNE: Fundador de -“Notre Dame de Sion”

Una historia bellísima en la cual nuestra Sántísima Madre es la protagonísta principal. Ella, con Su inmenso amor de Máma Purísima se conmueve de Sus hijos descarriados y solicíta su amor para servicio de Su Santísimo Hijo Jesús... ¿Cómo negarle algo a tan bella y celestial Señora....? Léan esta historia... Prueba inegable de Su Inentendible amor...
ALPHONSE RATISBONNE:
Judío y ateo; burlón y descreído; sarcástico y corrosivo. Alphonse Ratisbonne era eso y más.Todo, cualquier cosa, antes que cristiano, y no digamos que católico, creyente, miembro del rebaño.
Hijo de un rico banquero hebreo de Estrasburgo, acostumbrado a la buena vida, a los lances del amor, a la ociosidad turística, de ese natural irritantemente escéptico que produce la permanente satisfacción de las últimas superfluidades materiales, Ratisbonne se encontró con la fe, con una fe arrolladora que se llevó por delante sus prejuicios una fría mañana del mes de enero en una capilla de la ciudad de Roma.
En apenas unos minutos, todo en lo que creía desapareció como por ensalmo, conjurado por una realidad que le arrebató sus pasadas certezas de burgués adinerado, positivista y pagado de símismo. Algo inesperado y milagroso, inconcebible, se agazapaba entre los pliegues de los designios de la Providencia. Pero comencemos ya el relato de su conversión.

Próximo Oriente (Detalles de su Conversión)
Alphonse Ratisbonne tiene 27 años y va a casarse próximamente. Esa edad, frisando la mitad del siglo XIX, es ya avanzada como para contraer nupcias, pero Alphonse ha querido aprovechar la vida, que le ha brindado lo mejor que podía ofrecerle. La boda es con su prima Flore, a quien ama tan profundamente que ni siquiera el parentesco le hace dudar de su propósito.
Antes de celebrar la ceremonia, Alphonse ha decidido emprender un viaje que le lleve desde Francia hasta el Próximo Oriente, teniendo como destino final Jerusalén.
De camino, sin prisas, piensa visitar las principales ciudades de Europa. Mientras hace planes, Alphonse tiene un pensamiento para su hermano Théodore, que se ha ordenado sacerdote ¡católico! hace ya doce años. Se acuerda de él y sonríe condescendiente, con un rictus de compasión afectada, meneando la cabeza con resignación.
Nunca entenderá cómo un hermano suyo ha podido convertirse a la fe de ese galileo descarriado. Lo que ignora es que ese hermano le encomienda a él todos los días, sin faltar uno, a la Inmaculada.
Alphonse tiene previsto salir hacia Nápoles y pasar por Estambul para, finalmente, llegar a Palestina. Pero se detiene primero en Roma, el 6 de enero. En la ciudad papal comienza por visitar el gueto, donde se apiñan casi cinco mil de sus hermanos judíos. Aquello le enerva aún más en contra del catolicismo y del pontífice.
En Roma, Ratisbonne se encuentra con un amigo que, procedente del luteranismo, se ha convertido al catolicismo. Se trata de Théodore de Brussières, quien se halla allí para reunirse con un grupo de católicos galos en peregrinación, y que ha entablado una profunda amistad con el hermano sacerdote de Alphonse.

Théodore encomienda a tan pías amistades al descreído judío, que bien lo necesita.Y se propone, si no convencer por las buenas, sí solicitar de su amigo que se preste a un ruego: colgarse del cuello la Medalla Milagrosa de santa Catalina Labouré.
Divertido, aunque seguramente algo molesto, Alphonse no encuentra ningún inconveniente en portar el ‘amuleto’.
La mañana del 20 de enero de 1842, Alphonse acompaña a Théodore a realizar un encargo, por lo que ambos se dirigen en coche de caballos a la iglesia de Sant’ Andrea delle Fratte, sita junto a la plaza de España de Roma. De Brussières va a pagar un funeral para un ilustre caballero que acaba de morir apenas dos días antes.
Mientras, Ratisbonne debe decidir si espera en el gélido coche o si sigue a su amigo a la iglesia, al resguardo del frío. No es que la iglesia sea gran cosa, pero De lrussières le advierte que tardará poco en sustanciar el asunto. Será cosa de pocos minutos. Al traspasar el umbral del templo, Ratisbonne observa en derredor. Verdaderamente, la iglesia no vale gran cosa. Es más bien fea. Y en su interior todo está oscuro, con excepción de una pequeña capilla, que despide un poderosa luz.
Como en una cascada, todo se precipita. Sin saber cómo, la existencia que ha conocido Alphonse hasta ese momento se desvanece, y de pronto se encuentra a sí mismo arrodillado a la entrada de la capilla, ante la cual se disponen los objetos litúrgicos para el funeral. Aquel momento representa la separación
entre dos mundos.

Ojos para Ella
Lo que sucede a continuación lo relata el propio Ratisbonne: “Levanté los ojos hacia la luz y vi, de pie en el altar, viva, grande, majestuosa, bellísima y con aire misericordioso a la Santa Virgen María...”.
La imagen que contemplaba era semejante a la que colgaba de su cuello, aunque apenas podía sostener su visión con los ojos; entonces, prosigue Ratisbonne, “... fijé la mirada en sus manos y vi en ellas la expresión del perdón y la misericordia (...) aunque Ella no hubiera dicho una palabra, comprendí de pronto el horror del estado en que me encontraba, la deformidad del pecado, la belleza de la fe en el Evangelio...”.
Más tarde, rememorando aquel momento, aseguraría que “en ese mismo instante, una venda cayó de mis ojos (...) veía, al fondo del abismo, las miserias extremas de las que había sido sacado por un acto de misericordia infinita...”.
Su conversión fue instantánea, pues María le había hecho entender todo de una sola vez, como él mismo decía: “Ella no me ha dicho nada, pero yo lo he comprendido todo”.
Desde ese momento en adelante, Alphonse fue violentamente rechazado por sus antiguos correligionarios y por gran parte de su familia, mientras arrostraba la separación de su amada Flore.
Lo esperaba, pero eso no hizo que le doliera menos. Pese a lo cual, hasta que murió más de cuarenta años después, no tuvo ojos más que para Ella. Cuando, ya en sus últimas horas, luchaban los médicos por su vida, les repetía: “¿Por qué me atormentáis con vuestras curas? ¡Dejadme ir hacia María!”.
En su lecho de muerte, Alphonse Ratisbonne no se olvidó de aquellos a quienes debía la fe, de los peregrinos venidos de Francia con los que se encontrase De Brussières en Roma, que no dejaron de rezar por su alma, ni de su hermano Théodore, que jamás se olvidó de encomendarle a la Inmaculada. Pero, sobre todo, recordaría el día de su extraordinaria conversión cuando, estupefacto, reparó en el ataúd colocado a la salida de la iglesia de Sant’Andrea delle Fratte, en el que se encontraba un cadáver para él desconocido pero ante el que no pudo sino exclamar, hondamente conmovido: “¡Cuánto ha rezado por mí este señor!”.

El cadáver, por el que De Brussières encargaba el funeral, no era otro que el del conde de La Ferronay, quien, advertido por aquellos franceses de su empeño en la conversión de Ratisbonne, había ofrecido nada menos que su vida a cambio del regalo de la fe para Alphonse.
La Ferronay, ministro de Carlos X y fidelísimo hijo de la Iglesia, había solicitado el permiso de su confesor para tal ofrecimiento. Dos días antes de los acontecimientos de Sant’Andrea delle Fratte, aquel señor, que lo era, moría fulminado por un infarto.

Notre Dame de Sion
Tras su experiencia mística, Alphonse Ratisbonne recibió el bautismo cuando apenas habían transcurrido once días. Como católico quiso adoptar el nombre de María, con el que se consagrará sacerdote jesuita seis años más tarde, en 1848. Pío IX le autorizará la fundación de una orden con su hermano Théodore -“Notre Dame de Sion”, no podía ser de otra manera- destinada a la conversión de los judíos. En París se dedicó a acoger a los judíos que se acercaban a la Iglesia y también fundó una casa para catecúmenos.
Aunque de un modo distinto al que imaginaba, Alphonse viajó con frecuencia a Tierra Santa, donde los dos hermanos se dedicaron a la predicación y evangelización.
Resultó, además, que en uno de los terrenos prolijos en ruinas que adquirieron en Jerusalén había estado situado el Litóstrotos, el lugar desde el que Pilatos ofreció a Cristo al pueblo de Jerusalén.
Alphonse Ratisbonne murió en 1884, en Palestina, en el emplazamiento que la tradición afirma se corresponde con el sitio en que se produjo la Visitación de María a Isabel...
Gratitud al Dr. Huber Bech por esta conmovedora aportación

"ESCÁNDALO Y LOCURA" Nuestra fuerza para mantener la esperanza y la lucha por un mundo màs humano...

ESCÁNDALO Y LOCURA"
Nuestra fuerza para mantener la esperanza y la lucha por un mundo màs humano...

Los primeros cristianos lo sabían. Su fe en un Dios crucificado sólo podía ser considerada como un escándalo y una locura. ¿A quién se le había ocurrido decir algo tan absurdo y horrendo de Dios? Nunca religión alguna se ha atrevido a confesar algo semejante.
Ciertamente, lo primero que todos descubrimos en el Crucificado del Gólgota, torturado injustamente hasta la muerte por... las autoridades religiosas y el poder político, es la fuerza destructora del mal, la crueldad del odio y el fanatismo de la mentira. Pero ahí precisamente, en esa víctima inocente, los seguidores de Jesús vemos a Dios identificado con todas las víctimas de todos los tiempos.
Despojado de todo poder dominador, de toda belleza estética, de todo éxito político y toda aureola religiosa, Dios se nos revela, en lo más puro e insondable de su misterio, como amor y sólo amor. No existe ni existirá nunca un Dios frío, apático e indiferente. Sólo un Dios que padece con nosotros, sufre nuestros sufrimientos y muere nuestra muerte.
Este Dios Crucificado no es un Dios poderoso y controlador, que trata de someter a sus hijos e hijas buscando siempre su gloria y honor. Es un Dios humilde y paciente, que respeta hasta el final la libertad del ser humano, aunque nosotros abusemos una y otra vez de su amor. Prefiere ser víctima de sus criaturas antes que verdugo.
Este Dios crucificado no es el Dios justiciero, resentido y vengativo que todavía sigue turbando la conciencia de no pocos creyentes. Desde la cruz, Dios no responde al mal con el mal. "En Cristo está Dios, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino reconciliando al mundo consigo" (2 Corintios 5,19). Mientras nosotros hablamos de méritos, culpas o derechos adquiridos, Dios nos está acogiendo a todos con su amor insondable y su perdón.
Este Dios crucificado se revela hoy en todas las víctimas inocentes. Está en la Cruz del Calvario y está en todas las cruces donde sufren y mueren los más inocentes: los niños hambrientos y las mujeres maltratadas, los torturados por los verdugos del poder, los explotados por nuestro bienestar, los olvidados por nuestro egoìsmo...
Los cristianos seguimos celebrando al Dios Crucificado, para no olvidar nunca el "Amor loco" de Dios a la humanidad y para mantener vivo el recuerdo de todos los crucificados. Es un escándalo y una locura. Sin embargo, para quienes seguimos a Jesús y creemos en el misterio redentor que se encierra en su muerte, es la fuerza que sostiene nuestra esperanza y nuestra lucha por un mundo más humano.

IDENTIFICADO CON LAS VÍCTIMAS
"No podemos amar a Dios si seguimos ignorando al pròjimo..."

Ni el poder de Roma ni las autoridades del Templo pudieron soportar la novedad de Jesús. Su manera de entender y de vivir a Dios era peligrosa. No defendía el imperio de Tiberio, llamaba a todos a buscar el reino de Dios y su justicia. No le importaba romper la ley del sábado ni las tradiciones religiosas, solo le preocupaba aliviar el sufrimiento de las gentes enfermas y desnutridas de Galilea.
No se lo perdonaron. Se identificaba demasiado con las víctimas inocentes del imperio y con los olvidados por la religión del templo. Ejecutado sin piedad en una cruz, en Èl se nos revela ahora Dios, identificado para siempre con todas las víctimas inocentes de la historia. Al grito de todos ellos se une ahora el grito de dolor del mismo Dios.
En ese rostro desfigurado del Crucificado se nos revela un Dios sorprendente, que rompe nuestras imágenes convencionales de Dios y pone en cuestión toda práctica religiosa que pretenda dar culto a Dios olvidando el drama de un mundo donde se sigue crucificando a los más débiles e indefensos.
Si Dios ha muerto identificado con las víctimas, su crucifixión se convierte en un desafío inquietante para los seguidores de Jesús. No podemos separar a Dios del sufrimiento de los inocentes. No podemos adorar al Crucificado y vivir de espaldas al sufrimiento de tantos seres humanos destruidos por el hambre, las guerras o la miseria.
Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días. No nos está permitido seguir viviendo como espectadores de ese sufrimiento inmenso alimentando una ingenua ilusión de inocencia. Nos hemos de rebelar contra esa cultura del olvido, que nos permite aislarnos de los crucificados desplazando el sufrimiento injusto que hay en el mundo hacia una "lejanía" donde desaparece todo clamor, gemido o llanto.
No nos podemos encerrar en nuestra "sociedad del bienestar", ignorando a esa otra "sociedad del malestar" en la que millones de seres humanos nacen solo para extinguirse a los pocos años de una vida que solo ha sido muerte. No es humano ni cristiano instalarnos en la seguridad olvidando a quienes solo conocen una vida insegura y amenazada.
Cuando los cristianos levantamos nuestros ojos hasta el rostro del Crucificado, contemplamos el amor insondable de Dios, entregado hasta la muerte por nuestra salvación. Si lo miramos más detenidamente, pronto descubrimos en ese rostro el de tantos otros crucificados que, lejos o cerca de nosotros, están reclamando nuestro amor solidario y compasivo.
José Antonio Pagola
Bilbao - España

Lunes IX del tiempo ordinario, 4 de Junio del 2012 "La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido..."

 
Día litúrgico: Lunes IX del tiempo ordinario, 4 de Junio del 2012
Texto del Evangelio (Mc 12,1-12):
"En aquel tiempo, Jesús comenzó a hablarles en parábolas: «Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores, y se ausentó.
»Envió un siervo a los labradores a su debido tiempo para recibir de ellos una parte de los frutos de la viña. Ellos le agarraron, le golpearon y le despacharon con las manos vacías. De nuev...o les envió a otro siervo; también a éste le descalabraron y le insultaron. Y envió a otro y a éste le mataron; y también a otros muchos, hiriendo a unos, matando a otros. Todavía le quedaba un hijo querido; les envió a éste, el último, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’. Pero aquellos labradores dijeron entre sí: ‘Éste es el heredero. Vamos, matémosle, y será nuestra la herencia’. Le agarraron, le mataron y le echaron fuera de la viña.
»¿Qué hará el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta Escritura: ‘La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos?’».
Trataban de detenerle —pero tuvieron miedo a la gente— porque habían comprendido que la parábola la había dicho por ellos. Y dejándole, se fueron..."
MEDITACIÓN:
Hoy, el Señor nos invita a pasear por su viña: «Un hombre plantó una viña (...) y la arrendó a unos labradores» (Mc 12,1). Todos somos arrendatarios de esa viña. La viña es nuestro propio espíritu, la Iglesia y el mundo entero. Dios quiere frutos de nosotros. Primero, nuestra santidad personal; luego, un constante apostolado entre nuestros amigos, a quienes nuestro ejemplo y nuestra palabra les anime a acercarse cada día más a Cristo; finalmente, el mundo, que se convertirá en un mejor sitio para vivir, si santificamos nuestro trabajo profesional, nuestras relaciones sociales y nuestro deber hacia el bien común.
¿Qué clase de arrendatarios somos? ¿De los que trabajan duro, o de los que se irritan cuando el dueño envía a sus siervos a cobrarnos el alquiler? Podemos oponernos a los que tienen la responsabilidad de ayudarnos a proporcionar los frutos que Dios espera de nosotros. Podemos poner objeciones a las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia y del Papa, los obispos, o quizás, más modestamente, de nuestros padres, nuestro director espiritual, o de aquel buen amigo que está tratando de ayudarnos. Podemos, incluso, volvernos agresivos, y tratar de herirles o, hasta “matarlos” mediante nuestra crítica y comentarios negativos. Deberíamos examinarnos a nosotros mismos acerca de los motivos reales de dicha postura. Quizás necesitamos un conocimiento más profundo de nuestra fe; quizás debemos aprender a conocernos mejor, a efectuar un mejor examen de conciencia, para poder descubrir las razones por las que no queremos producir frutos.
Pidamos a Nuestra Madre María su ayuda para que podamos trabajar con amor, bajo la guía del Papa. Todos podemos ser “buenos pastores” y “pescadores” de hombres. «Entonces, vayamos y pidamos al Señor que nos ayude a llevar fruto, un fruto que permanezca. Sólo así este valle de lágrimas se transformará en jardín de Dios» (Benedicto XVI). Nosotros podríamos acercar a Jesucristo nuestro espíritu, el de nuestros amigos, o el del mundo entero, si tan sólo leyéramos y meditáramos las enseñanzas del Santo Padre, y tratásemos de ponerlas en práctica...
Fr. Alphonse DIAZ (Nairobi, Kenia)
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La Santísima Trinidad (B), Domingo 3 de junio del 2012

 
Día litúrgico: La Santísima Trinidad (B), Domingo 3 de junio del 2012
Texto del Evangelio (Mt 28,16-20):
"En aquel tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin ...embargo dudaron. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo»..."
MEDITACIÓN:
Hoy, la liturgia nos invita a adorar a la Trinidad Santísima, nuestro Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Un solo Dios en tres Personas, en el nombre del cual hemos sido bautizados. Por la gracia del Bautismo estamos llamados a tener parte en la vida de la Santísima Trinidad aquí abajo, en la oscuridad de la fe, y, después de la muerte, en la vida eterna. Por el Sacramento del Bautismo hemos sido hechos partícipes de la vida divina, llegando a ser hijos del Padre Dios, hermanos en Cristo y templos del Espíritu Santo. En el Bautismo ha comenzado nuestra vida cristiana, recibiendo la vocación a la santidad. El Bautismo nos hace pertenecer a Aquel que es por excelencia el Santo, el «tres veces santo» (cf. Is 6,3).
El don de la santidad recibido en el Bautismo pide la fidelidad a una tarea de conversión evangélica que ha de dirigir siempre toda la vida de los hijos de Dios: «Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación» (1Tes 4,3). Es un compromiso que afecta a todos los bautizados. «Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (Concilio Vaticano II, Lumen gentium, n. 40).
Si nuestro Bautismo fue una verdadera entrada en la santidad de Dios, no podemos contentarnos con una vida cristiana mediocre, rutinaria y superficial. Estamos llamados a la perfección en el amor, ya que el Bautismo nos ha introducido en la vida y en la intimidad del amor de Dios.
Con profundo agradecimiento por el designio benévolo de nuestro Dios, que nos ha llamado a participar en su vida de amor, adorémosle y alabémosle hoy y siempre. «Bendito sea Dios Padre, y su único Hijo, y el Espíritu Santo, porque ha tenido misericordia de nosotros» (Antífona de entrada de la misa).
Mons. F. Xavier CIURANETA i Aymí Obispo Emérito de Lleida (Lleida, España)